Más que una fractura provincial, un desafío al liderazgo de Macri

Si fuera la primera vez que ocurre podría hablarse de casualidad. Pero la reiteración de episodios debilita la hipótesis. El macrismo siempre se impone una autoflagelación después de lograr algún respiro. ¿Vocación o impericia? La lógica se repite con demasiada frecuencia.
Conjurada la tan temida posibilidad de un triunfo kirchnerista en Neuquén, no pasaron más de 12 horas para que llegara la confirmación de la previsible
fractura de Cambiemos en Córdoba, el segundo distrito electoral del país. Y, como se anticipó ayer, se produce con estrépito y consecuencias difíciles de dimensionar para el oficialismo, en una provincia que fue decisiva para que
Macri
llegara a la presidencia en 2015.
Una vez más, también, luego de pagar costos por errores no forzados, llegó el anuncio de la decisión de escalonar el pago de las tarifas del gas para reducir el impacto social del reajuste de tarifas. Un analgésico para los radicales que lo habían reclamado, pero que no cura fracturas internas. Habrá que ver si alcanza para aliviar los doloridos bolsillos de la mayoría de los argentinos.
Desde hace semanas se sabía que el enfrentamiento entre
Mario Negri
y Ramón Mestre, los dos aspirantes radicales a la candidatura a gobernador por
Cambiemos
, había entrado en un camino de ida. Eran escasas las posibilidades de encontrar una salida aceptable para cada uno, si no se extremaba la dedicación para evitarla y se actuaba con singular pericia política y psicológica.
No obstante, las advertencias de los conocedores del territorio y de los protagonistas nunca mellaron el optimismo ni alteraron el ritmo de las gestiones de la Casa Rosada. Tampoco alteraron la ajenidad que se transmitía sobre el problema.
Una vez concretada la división, el macrismo reafirmó el método. Sin autocrítica, las explicaciones apuntaron a la cultura del radicalismo y a la idiosincrasia de los radicales cordobeses. Puede resultar verosímil y quizá veraz, pero no deja de ser un festín para los rivales de Negri, que enarbolaron la bandera del cordobesismo contra la injerencia porteña.
Macri había hecho pública su preferencia por Negri, a través de Marcos Peña, que se involucró personalmente en este conflicto. Pretendían resolver las candidaturas mediante encuestas, como reclamaba el jefe del interbloque oficialista de Diputados, y no por medio de elecciones internas. Una solución difícil de vender en un espacio donde se pregona la necesidad de revitalizar los partidos y de fortalecer la participación democrática.
Mestre, que desde hace años controla el aparato radical de la provincia, se opuso a ese método y exigió las internas, aunque las condiciones para realizarlas sin objeciones fueran escasas y no exentas de limitaciones objetivas. La cancha inclinada siempre complica la resolución de conflictos cuando el poder está en discusión. La desconfianza gana.
Las últimas gestiones realizadas ayer resultaron más de forma que intentos serios de encontrar alguna solución. Era lo esperable, luego de que el titular de la
UCR
, el gobernador mendocino Alfredo Cornejo, dijera públicamente que no iba a exigir la renuncia de ninguno de los postulantes. Pero mucho más inevitable pareció cuando trascendieron las fuertes presiones de Lilita Carrió en defensa de los intereses de Negri, su amigo radical. Para Mestre también era la ratificación de que estaba en una cancha inclinada y no ante mediadores que buscaban soluciones para todos.
El final dejó expuesta la cruda fractura, pero también reveló otro desafío al liderazgo de Macri y un nuevo cuestionamiento a los métodos de conducción política que se ejercen desde la Casa Rosada y encarna el jefe de Gabinete. Esta vez hacia adentro de la coalición oficialista.
Nadie salió conforme. Ni siquiera quienes tuvieron el apoyo macrista. “Sobró ingenuidad, faltó conducción, escaseó el conocimiento de las personas y hubo mucha inexperiencia en el manejo político territorial”, dijeron dolidos allegados a Negri.
Desde el sector de Mestre, las quejas se traducen en amenazas de sacar a sus diputados del interbloque oficialista para llevarlos a la bancada de Martín Lousteau. Nada menos.
Ahora, todo está en proceso. Lo ocurrido ayer solo es el final anunciado de un conflicto que se salió de cauce y nunca encontró diques de contención eficaces. Por delante queda la elección de Córdoba donde irán divididas las fuerzas que hasta ayer nucleaba el oficialismo nacional. Lo celebra el gobernador peronista, Juan Schiaretti, que va por la reelección. Sus allegados bromeaban ayer con que ya habían encargado champagne y bombones para enviar a Balcarce 50.
El histórico buen vínculo de Macri con Schiaretti renueva sospechas y la preocupación de la dirigencia radical, pero también de no pocos macristas. Son varios los que advierten que, a diferencia de 2015, el justicialismo cordobés esta vez puede tener intereses contrapuestos a los de Macri en el plano nacional.
El alivio que aportaron a la Casa Rosada las noticias de Neuquén duraron poco. Una vez más, se impusieron los daños autoinfligidos.